No creo que sean muchas las personas que tengan o hayan
tenido un dormitorio cuyas ventanas tengan la vista de un jardín, al menos, no en los tiempos en que Lima no
llegaba al millón y medio de habitantes, esto fue entre los años 59 y 60. En
esos inolvidables (al menos para mí) años yo tendría, a la sazón, un lustro menos uno, y
con toda seguridad era uno de esos privilegiados párvulos que poseía una cama que
se encontraba con la cabecera debajo de unos ventanales de marcos de madera,
desde las cuales podía mirar hacia el enorme jardín interior de mi palacio; ¡y
claro que era un palacio!, desde mi perspectiva, quede claro esto.
Cada mañana al despertarme, me paraba sobre la almohada,
corría la cortina y contemplaba lo que a mi me parecía un prado. Pero no se
vaya a creer que solo me interesaba el verdor y exuberancia del vergel; lo que me fascinó desde el primer
momento que lo vi, fue el espectáculo brindado por una multitud de seres alados
de todos los tamaños y colores que se amontonaban con las primeras luces del
día a buscar el gusanito o lo que fuere para su desayuno, como dice el refrán: “early bird catches the worm” (al que madruga Dios lo ayuda).
Pero allí no
queda todo; y lo que a continuación procedo a relatar, estoy seguro, va a
merecer la más enérgica desaprobación de todos los amantes de la naturaleza
encabezados por los defensores de los animales y ornitólogos; en efecto, no contento con observar a estas
avecillas del Señor, este rubicundo toddler (niño del nivel inicial), salía
disparado de su habitación con todo su ímpetu pueril y además con el claro y
malévolo objetivo de desalojar a “los invasores” , pero no para que el prado
vuelva a lucir verde, no, no vayan a sacar conclusiones apresuradas, que sabría
del medio ambiente y de la lozanía de un área verde,y sus beneficios en la oxigenación, un casi niño de pecho,
pero lo que si lo impresionaba sobremanera era el súbito batido de alas de un centenar de
aves despegando al ser espantadas e interrumpidas en su desayuno; eso sí que
era todo un espectáculo.
Creo que Christian usó el término adecuado cuando medio
siglo más tarde me pregunta entre copa y copa de vino: “¿Pero Oswaldo, que
tipo de fascinación te produce el ver aves?” Sí, él estaba en lo cierto, es una
fascinación para mí.
Con toda certeza, me convertí en un birdwatcher desde aquellos lejanos días en la cuadra 2 de la calle
Dos de Mayo en la ciudad de Miraflores con mi cuarto al lado del jardín,
mirando a los pajarillos y espantándolos también.
Oz
Aquí no podía faltar una melodía dedicada a una ave: "Blackbird" por cierto, habían muchas aves negras en ese "manto de plumas" sobre el jardín también.