La otra tarde, moribunda ya, fuera por fin de las tediosas
labores cotidianas y en compañía de mi secretaria personal, conducía rumbo a mi
ansiada morada, cuando las molestias que habían empezado a afectarme momentos
antes se acentuaron notablemente, y me sentí también moribundo al igual que la tarde; en efecto, mi cuerpo
adolorido, con un creciente dolor de cabeza, escalofríos que me hacían tiritar y
una sensación de desorientación que me invadía y me impedía seguir mi trayecto; fue así que no pude más y hablé -no sé qué me
pasa, creo que me voy a desmayar- le dije a la señora Hope literalmente sosteniéndome del
volante, y luego ante su preocupación y requerimiento le describí mis síntomas,
- ¡estaciónate aquí!- me ordenó como suele hacerlo en la oficina (siempre se le olvida que el jefe soy yo), -tenemos que cambiar de dirección- siguió
diciendo y yo obedecí inmediatamente como
paciente resignado y a quien no le queda otra cosa que obedecer;
-un par de cuadras más allá, bordeando Tabor Hill, hay un lugar donde puedes tomar
algo que creo que te va a hacer bien- seguí manejando hasta que
llegamos a una iluminada cafetería de fachada pintoresca, entonces con no poco
esfuerzo pude estacionar el vehículo quedándome sentado unos momentos para recuperar el aliento, luego de unos minutos respiré
hondo antes de intentar la penosa maniobra de salir del automóvil, cosa que para mi mal, me exigió hacer unas contorsiones circenses ya que me encontraba estacionado a escasos centímetros del carro vecino. Una vez dentro del cálido ambiente de la posada
y ubicados en una mesa cercana a una ventana, una atenta y dinámica camarera, percatándose de mi calamitoso estado, se nos acercó y nos soltó los menús
sobre la mesa luego de saludarnos muy amablemente. Mi eficiente y siempre atenta secretaria empezó a ordenar, - ¡yo quiero un café latte bien
caliente!- interrumpí bruscamente como si intuyera cual era el remedio que me haría superar ese agónico trance.
No transcurrieron ni cinco minutos para que llegaran
nuestros humeantes cafés, así como tampoco llegué a darle cinco sorbos a mi latte, cuando comencé a experimentar una
súbita mejoría, la cual iría gradualmente en aumento hasta hacerme sentir
verdaderamente restaurado, por no decir resucitado; y no es ninguna exageración si añado que con solo percibir el aroma, mi enturbiada mirada se empezó a aclarar. Transcurrida casi una hora, luego de
terminar mi café cortado acompañado de unos pastelillos, ya totalmente
revigorizado, emprendimos el retorno a casa y mientras íbamos por la ruta, como
pensando en voz alta – hoy he descubierto que soy un adicto al café- dije con
toda convicción a Ms Hope, -¿tanto así?- replicó ella, -¡estoy seguro!,
lo que realmente he experimentado hoy es un cold
turkey, que es como llaman los gringos al síndrome que sufre el adicto cuando no ha consumido su droga por más tiempo del que puede soportar, es un trance real que muchos padecen http://lat.wsj.com/articles/SB10001424127887323734304578543431432444280 , también es el titulo de una canción de John Lennon que precisamente describe esa experiencia, aunque no por la abstinencia del café precisamente- continué explicando; es que había sido algo dramático, y creo que al igual que John, me sentía pesado, fracturado, afiebrado y aniquilado.
-¿Debo dejar de consumir café acaso?- recuerdo haberle preguntado como retando al doctor hace algunos años en una consulta a la cual asistí por otras razones; - ¡sí, es mejor!; es más, le recomiendo tomar "café de cebada" tostada a manera de reemplazo- fue la categórica respuesta de aquel facultativo bonachón,que más parecía un viejo acólito por su bata blanca, mientras con toda solemnidad me recitaba una lista de recomendaciones para bajar esos reticentes triglicéridos que realmente no molestan a nadie, pero que hay que mantenerlos a raya, siempre en su nivel, y para eso, había que, hacer ejercicios, tener una dieta saludable, y entre otras cosas dejar ese bendito brebaje llamado café, que curiosamente, dicen los investigadores culinarios, fue descubierto por unos monjes.
El hecho es que tuve un cold turkey y nadie va a venir a discutírmelo; descubrí mi adicción, de la cual no me avergüenzo; es más, hasta me siento orgulloso, total, alguna adicción habrá que tener ¿no?. Aquella noche dormí como un justo, todavía saboreando el amarguito sabor en el paladar, un gustito cuyo anhelo por él frisa lo existencial.
Oz
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