Rene Pitinoshenko, ávido de aventuras salía con su auto,
como era su costumbre, un viernes cerca de la siete de la noche, pañuelo al cuello y una
casaca ligera para el frescor de la noche; él era un play boy a su manera, un hombre de espíritu libre y amplio criterio
según su propia descripción, amador de la buena música, aunque ésta mayormente fuera tangos y boleros. Era octubre del 65, año en el que la beatlemanía se
apoderaba del mundo, aunque por alguna razón, nunca se apoderó de él, algunos
piensan que era el tipo de crianza de su familia adoptiva la que lo formó o
deformó, quien sabe, en alguien que gustaba de lo nuevo y de lo viejo de una
manera extraña. La leyenda familiar contaba que había sido acogido, aunque
algunas voces decían otra cosa, él por su parte, cuando estaba en tragos solía
alardear de su origen cosaco; de
cualquier manera, la dificultad en articular su tan largo apellido forzó a sus
hermanos a cercenázerlo en la mitad de su extensión.
Había terminado el espacio radial del recuerdo y comenzaba
el de baladas de la nueva ola, la emisora era Stereo Lima 100 cuyas tonadas se dejaban oír con mucha nitidez a través del moderno radio de su flamante convertible rojo de segunda
mano.
Se encontraba ya en las cercanías del by
pass, y con la música en alto volumen pensó –“voy a bajar a toda máquina”- no
bien había comenzado a pisar el acelerador, cuando se percató que una de sus cuñadas
se encontraba en la avenida tratando de cruzar llevando de la mano a
uno de sus hijos; no lo pensó dos veces y decidió parar y ofrecerse a llevarlos
a casa, gesto que la atractiva y rubicunda señora Wilson agradeció muy de veras, accediendo a subir al coche con su vástago.
Una vez dentro del automóvil el solícito y sonriente tío, en vista de la proximidad del paso
a desnivel de la avenida Arequipa, optó por pasarlo de todas maneras diciendo –“vamos
a pasear”- cosa que a mi querida madre no le hizo mucha gracia, ya que ella quería llegar a casa lo más
pronto posible.
Mientras esto sucedía, el suscrito había quedado súbitamente
cautivado por unos silbidos melódicos provenientes de la radio; la hora de las
baladas había ya empezado y salía al aire el reciente tema del prometedor dueto
español llamado “El Dúo Dinámico” considerados como los precursores del pop en la
península, y cuya canción “Esos ojitos negros” tenía (tiene) como agradable preludio
tan armoniosos silbos. Si la memoria no me falla, cosa que no es tan frecuente
que digamos, no muchas cuadras más, emprenderíamos el retorno por la misma vía,
para tranquilidad de doña Blanca. No cabe duda que lo que el tío realmente quería, era hacer pasar un buen rato a su sobrino, y puedo afirmar con toda certeza que
lo consiguió, y prueba de ello es, que cada vez que escucho a Manolo y Ramón,
cual flash-back, viene a mi memoria aquella inolvidable experiencia.
Oz