“A rose by any other name would smell as sweet?" Romeo and
Juliet (Act II scene 1) William
Shakespeare
No existe vegetal más
ninguneado, olvidado y repudiado que una lechuga, aunque por allí, algún
fanático vegan (vegetariano radical)
diga que una hoja de esta legumbre tenga más nutrientes que un churrasco. Su
sabor se parece al de un papel de cuaderno escolar cuadriculado, su olor, ¡¿qué
podría haber de especial en el tufillo de esta verdura?! pues nada; sin embargo, y muy a pesar de mis
gustos y convicciones, tengo que confesar que ese olorcillo ha logrado
conseguir, cada vez que me toma por asalto, que mi mente baje la guardia y se
traslade a la remota época de mi pequeñez, donde repentinamente me encuentro bañado
por esa ordinaria pero a la vez extraña fragancia de tan despreciada planta.
No sabría tampoco, como denominar aquella zona de mi morada
palaciega de donde provenían esas emanaciones que me impregnaban; pero lo que
si sabía, era que, juntamente con mi dormitorio con vista al jardín, era sin
lugar a dudas mi rincón favorito, ¡y cómo no iba a serlo!, allí habían gallinas
y un inmenso gallo rojizo, casi una ave mitológica que era el despertador de la
familia, y todas estas aves domésticas comían entre otras cosas, lechuga, ¿no sé
por qué tanta?, pero en medio de esta precaria granja, que era en realidad una
prolongación del jardín, ajetreaba mi viejo, ¡sí señores!, iba y venía, y se
pasaba un buen rato cortando las lechugas sobre una rústica tabla de madera
para luego vaciar la verdura picada en comederos de aluminio, en los cuales las
gallinas sumergían sus cabezas para engullirse todo lo que podían.
Y el aire se
saturaba de la esencia de las lechugas cortadas mientras yo observaba a mi
padre en plena faena la cual gustoso realizaba sin mezquinarme nunca una
sonrisa.
En un artículo publicado por el diario británico The
Telegraph el 28 de enero del 2012, se
denomina “Proustian phenomenon” (el fénomeno Proust) al
efecto que producen los olores como elementos poderosos para hacernos recordar
experiencias muy distantes de nuestra vida pasada.
http://www.telegraph.co.uk/science/science-news/9042019/Smells-can-trigger-emotional-memories-study-finds.html
Yo lo he descubierto y no dejo de sorprenderme cómo, el
tufo de la desabrida hortaliza, se convirtió para mí, en todo un bálsamo que me
hace recordar los momentos más felices de mi casi sexagenaria existencia, ya que misteriosamente me conduce a ese vulgar
patio trasero donde lo que experimento es una incursión surrealista en el Jardin des Aromes .
No es una exageración si digo que el percibir el aroma lechugiano, realmente “makes my day” (me cambia el día); sí, lo juro, es la
fragancia y el poder del perfume de lechuga.
Oz
Muy buen relato, OZ.
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