Saturday 22 November 2014

El concurso de inglés (A love at first sight)

"Would you believe in a love at first sight,
Yes I'm certain that it happens all the time"

(With a little help from my friends - The Beatles)

Mi convivencia con la llamada Lingua Franca de este mundo, ha sido un romance de larga data. Esta relación, cuyos resultados trascienden las épocas vividas, comenzó muy temprano y con un hecho singular; pero antes empezaré comentando que, siempre me suelen preguntar, generalmente mis alumnos,  - teacher ¿dónde aprendió ud. el inglés?- incluso personas que no son estudiantes de alguno de mis cursos, pero que han llegado a enterarse de mi labor como profesor de idiomas, me preguntan cosas similares; pero lo que resulta curiosamente recurrente es el uso de la palabra “dónde” lo cual de por sí revela todo un concepto sobre el aprendizaje, que no es precisamente el correcto, y que por cierto, no voy a explicar el porqué no lo es, ya que requiere toda una tediosa argumentación; sin embargo diré que la forma apropiada de preguntar debería ser “¿cómo aprendió ud. el inglés?”y ese será mi punto de partida,  aunque antes tendré que forzosamente hacer una confesión, y es esta: entre las cosas que trato de evitar, se encuentra el tener que enfrentar esa perniciosa e insana interpelación; sin embargo, cuando me encuentro literalmente acorralado, no me queda otra cosa que hacer un acopio de benevolencia y armándome de una paciencia, no de esta creación, procedo a tratar de construir una respuesta que, en vez de dejar satisfechos a mis impertinentes entrevistadores de turno, los haga más bien, desanimarse de volver a preguntar. Parte de esa pensada respuesta es mencionar mis motivaciones a aprender la lengua de Shakespeare, a saber, primero, mi ascendencia, segundo, mi esposa y por último, pero no menos importante – last but not least - (como dicen los angloparlantes), los Beatles.
 Aunque esto es estrictamente parte esencial de mi elaborado manifiesto, no obstante, aquel peculiar evento, que menciono líneas arriba, ocurrido en mi niñez que se remonta al siglo pasado entre los años 1961 y 1962, resultaría determinante, ya que acontece antes  de que yo tuviera conciencia plena de mi identidad y probablemente de mi propia existencia (todavía un sapiens en formación); antes aún de que los Beatles fueran famosos en su propia tierra y menos en el resto del mundo; es decir, sin ningún conocimiento previo ni influencia alguna por parte de la familia ni fuera de ella, es que vengo a tener contacto por vez primera con esta ancestral habla de la Gran Bretaña, experiencia que yo catalogaría no solo como insondable, en vista de sus impredecibles efectos de largo alcance, sino también como un love at first sight.
Por cierto, en esas épocas, tendría yo unos 5 o 6 años  y me encontraba en mi primera escuelita, el colegio San Valentín, jardín de mis inicios en la etapa escolar; era una mañana cualquiera, muy probablemente de diciembre, la clase estaba a punto de terminar, la profesora nos había estado enseñando inglés desde comienzos del año, y esto, incuestionablemente había impactado en mí de una manera singular como ya lo mencioné líneas arriba; un idioma tan diferente, tan atractivo, tan hegemónico, si cabe el término, el cual me proveería también la primera canción navideña que escuché en mi vida "Jingle bells", (los insufribles toribianitos no aparecerían hasta mucho tiempo después). En aquella ocasión, la cual recuerdo con mucha nitidez, la maestra ordenó una y otra vez, en tono casi castrense y seguramente lo escribiría también con ese énfasis en nuestros cuadernos de control, que para la siguiente clase que sería un día viernes, de ninguna manera podríamos olvidarnos de traer golosinas de todo tipo, llámense caramelos, toffees, chocolates, chupetes,etc. cosa que todos mis compañeros, yo incluido habríamos de cumplir al pie de la letra. La mencionada Miss, como se nos había instruido llamarle, evidentemente con mucha astucia, no nos habría de revelar la razón de tan enfático decreto; mientras que, mis compañeros y yo, desapercibidos de lo que se venía tramando a nuestras espaldas y totalmente despreocupados del asunto, supusimos que nuestra dulce dotación sería parte de nuestro refrigerio, o algo por el estilo.

Llegado el día D tuvimos nuestra clase de rutina y la maestra, ataviada con una blusa roja y una falda negra, lucía su medianamente larga y abundante cabellera, cuyo color era el mismo que el de sus intenciones. Ella era de baja estatura pero atractiva, aunque no tan impresionante como la rubia y espigada Miss Karina de la otra sección; nuestra "lovely Miss", se puso de pie en un estrado que había en nuestro escasamente iluminado salón y anunció con toda solemnidad e impostación de voz, que tendríamos un concurso de inglés; al parecer, sus palabras no solo sonaron solemnes, sino hasta intimidantes, al punto que mi compañerita de carpeta quedó tan alterada por la impresión, que terminó regando el asiento y el piso debajo. Superado este apuro, se procedió con la esperada  competencia, que consistía en demostrar cuántas palabras en inglés éramos capaces de recordar; en efecto, la profesora lanzaba una palabra en castellano y nosotros teníamos que decirla sin titubeo alguno en inglés, fue realmente una incansable sesión de traducción; hasta ese momento cada uno de nosotros teníamos nuestros dulces bien guardados, y hasta nos habíamos olvidado de ellos ya que el nerviosismo reinante en este tipo contiendas se había apoderado de nosotros. La tensión iba en aumento, hasta se podía palpar en el ambiente. Todos, sin excepción habríamos de participar bajo el sistema de eliminación simple, aunque llamarle por muerte súbita, hubiese sido lo más apropiado, ya que bastaba una equivocación para irse a sentar, cosa que para la mayoría resultaba un verdadero alivio. 

 Puedo atribuirle mi éxito y resistencia, tanto física como mental para haber soportado la tensión de estar de pie de principio a fin, disparando sin cesar términos del glosario anglosajón, al aprecio y afecto que había desarrollado por el idioma, al impacto que me había causado desde que lo descubrí y también a mi prodigiosa memoria; de hecho, esa capacidad para acordarme de todas las palabras enseñadas, era la demostración de que el léxico con el que se escribió la Biblia King James, había encontrado en mí una estancia palaciega donde residir y no un cuartucho de alquiler, como es la relación que muchos tienen con esta bella lengua.   


  En esa inolvidable e interminable mañana, fui testigo de cómo, uno a uno iban mis buenos amiguitos sucumbiendo ante mi habilidad para articular esas voces foráneas, quedándome al final solo en el estrado como un valiente gladiador, a quien le habían soltado todas las fieras, pero que una a una las había ido desbaratando. Allí, ante la vista de todos y tomado de la mano de mi maestra quien con mucha emoción me levantó la diestra como a un boxeador en un ring,fui proclamado el campeón indiscutible de tan singular certamen, ante el aplauso de todos mis congéneres quienes finalmente parecían estar satisfechos, o resignados, con el hecho de que yo fuera el triunfador.                                                                                                                                                           El evento ya se había extendido un poco más de lo previsto y cuando se hubo disipado un poco la euforia, de pronto, el estilo soldadesco se volvió a manifestar con otra apremiante orden de nuestra “querida” Miss - ¡Saquen sus golosinas niños! -  nos espetó la instructora; nos miramos unos a otros - al fin vamos a comer- pensamos todos, las expresiones de preocupación parecían esfumarse a la vez que las sonrisas parecían volver a las llenitas y sonrosadas caritas; la niñita del accidente fisiológico había tomado de la mano a otra niña y se miraban una a otra complacidas - ¡qué rico!- diría alguien; pero nunca imaginaríamos que nos aguardaba una de esas sorpresas propias de una cinematografía macabra, - ¡vengan todos adelante con sus caramelos y chocolates! – fue la otra descarga de la tutora, a la cual todos obedecieron sin demora; una vez que todos estaban reunidos adelante, la profesora los hizo pararse en círculo y de la mano nuevamente me llevó hasta el centro donde todos me rodeaban, ella, sin demora alguna sale de la ronda para dejarme en el medio, y desde afuera lanza, cual sargento, la sentencia final, - ¡denle a su compañerito todos sus dulces! - Algunos dudaron en hacerlo, pero la teacher acercándose por detrás los tuvo que "ayudar" con discretos empujoncitos y jaloncitos, otros cumplieron de inmediato, casi todos estaban anonadados excepto por algunos que si parecían ser más comprensivos y colaboradores. Así había procedido nuestra respetada profesora, con una eficiencia, naturalidad y sangre fría dignas de un vendedor de pollos del mercado cuando de degollar se trata, es decir,  ignorando el ambiente afectivo de la clase, literalmente pisoteando los sentimientos de los párvulos a su cuidado y pasando por alto cualquier criterio pedagógico;


 pero, ¿cómo me sentía yo?, ¿qué pasaba por mi mente en esos momentos? No podría describirlo con exactitud;  los gringos, tanto británicos como americanos suelen referirse a esa mezcla de emociones como algo bitter- sweet, o sea, una experiencia dulce y amarga al mismo tiempo. El desconcierto y la incomodidad me habían dejado petrificado, aunque persistía mi preocupación por los niños de mi aula que no podrían disfrutar de sus golosinas.                                               
                                   Yo era el ganador, ellos los perdedores, yo me llevaba todos los dulces, ellos se iban con las manos vacías. Momentos más tarde, ellos, ya de la mano de sus padres empezaban a marcharse con los rostros sombríos,  o inexpresivos en el mejor de los casos. Yo no podía sonreír, no tenía el valor para hacerlo, es más, no podía hacerlo.
Así quedé yo en el 840 de la calle Suárez de la gran ciudad esa nublada mañana de primavera, abrumado por el peso de haberme convertido en el responsable del cruel despojo sufrido por mis congéneres y por el peso de la bolsa llena de golosinas la cual sostenía, no sin poca dificultad, con sudorosas manos; el tiempo parecía haberse detenido para mí; yo habría podido saborear la dulzura de la victoria y la  de los chocolates también, aunque no lo haría precisamente en ese lugar; empero, persistía en mis entrañas una suerte de sentimiento de culpabilidad ajena, imputada, no merecida, trance con el cual habría que lidiar, al menos en esos momentos que parecían nunca acabar. Pero pronto, la incontenible realidad habría de abrirse paso para prevalecer,  era el campeón indiscutido y el admirado de las profesoras, el que hizo noticia toda esa semana; aquel que tenía la certeza total de ser el niño que sabía más palabras en inglés que todos sus contemporáneos y que lo había demostrado de manera inobjetable, pero también era aquel que sentía simpatía y compasión por sus derrotados amiguitos.
Literalmente, me había enamorado del lenguaje de los cuatro genios de Liverpool. Un afecto y devoción, que el tiempo no borraría, por haber sido engendrado en mis años tempranos, acaso auténticos, en medio de la lozanía de una infancia que nunca debería perecer, sino más bien madurar pero sin llegar jamás a añejarse por causa de los desencantos y la dureza de este sistema tirano e implacable, que termina casi siempre aniquilando esas auténticas experiencias que van más allá de los meros sentimientos; pero, si éste amor es genuino, entonces diré, parafraseando al rey Salomón: "los males de este siglo no lo podrán destruir, ni lo ahogarán los ríos"."¿Cómo aprendió usted inglés?",respuesta: "Fue un amor a primera vista que me motivó a aprenderlo y siendo aún un pequeño niño de escuela inicial logré ganar un concurso de inglés a los seis años de edad"


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